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-Ni siquiera Dunka - se atreve a desafiar Hortensia.
-Ni siquiera Dunka - reconoce el hombre, para alegría de ella-. Y eso que era cosa diferente.
Ya está dado el paso definitivo, ya el recuerdo deja de ser nostalgia para ser liberación. Ella sabe que por fin va a escucharlo, y lo desea aunque haya de dolerle.
-Tan diferente que era pianista, ¿no te lo he dicho antes?... ¡Pianista!, ¿para qué? Eso no sirve ni para las bandas en las fiestas... Pero ella vivía de eso, allá en su tierra, en Croacia. "Al otro lado", señalaba en la playa, hacia la orilla que no veíamos. "Rijeka, mi casa, ¿la volveré a ver?", decía llorando... Es que estaba en la guerrilla por patriotismo, ¿tú lo comprendes? ¡Hay que ser infeliz! Claro que eso lo decía, nada más. Pero se metió porque era hembra de verdad, ¡con sangre y agallas!... ¡Cómo nos peleábamos! Me llamaba su animal, su "magnífico animal". Exactamente eso, porque ella hablaba con palabras así, era una señorita fina.
Hortensia imagina lo que el hombre no cuenta porque ni siquiera lo percibió aunque lo viviese: el espléndido regalo de la vida a la pianista refinada, ofreciéndole el descubrimiento del tigre en el amor, del lobo, del caballo... Hortensia suspira mirando esas manos huesudas, ya de abultadas venas, que fueron huracán y aún sos apasionadas cuando acarician...
-¡Cómo se cabreaba!... "Aguanto contigo solamente por el piano", me gritaba. Llevaba mucho tiempo sin tocarlo y allí en la casa había un piano de esos tumbados y largos. Se pasaba el día tocando músicas raras... Bueno, mientras yo la dejaba, porque pronto me hartaba y me la echaba al hombro para llevármela arriba. Nuestro cuarto daba a la terraza, y ya podía aporrearme la espalda y patalear por la escalera... No se libraba, no.
Sí, Hortensia comprende a Dunka con su amenaza de irse, sincera aun sin ejecutarla. No queriendo querer o al revés, sentándose al piano para forzarle a forzarla. "Bach para exasperar", piensa, sobreponiendo una sonrisa a la dolorida avidez con que escucha.
-¡Maldito piano!... Si en lugar de ser algo tan caro hubiera sido un hombre, lo destrozo, palabra... Eso del piano estaría muy bien para David, que era así. Pero él no le hubiera servido a Dunka ni para empezar. Ella arriba no se cansaba nunca, hasta se olvidaba del piano. Pobre David..., valiente como pocos, eso sí. Pero de macho nada; nunca se iba con ninguna cuando teníamos ocasión. Era hombre de libros, sobre todo de una en judío que no paraba de leerlo. De eso debía de estar cegato... Cuando le conté su muerte a Dunka, lloró desesperada. Se echaba la culpa de no haver podido quererle. ¡Como si en el querer se mandase! Luego se enfureció contra mí. ¡Qué cosas me gritaba! "¡Me he ido a enamorar de ti, un patán, un salvaje que ni siquera se baña!" Ésa era otra manía suya. Siempre bañándose, antes y después. Hasta en la mar se metía de noche; no le daba miedo el agua tan negra. Cuando entraba en la bañera antes yo me hartaba de esperarla y me plantaba desnudo en aquel cuarto lleno de espejos. Le gritaba: "¡Sal de ahí, mira cómo estoy!" Ella me miraba, me veía a punto y empezaba a reír, señalando con el dedo. ¡Cómo reía, cuánta vida, cuánta!... Era..., no sé, ¡un matorral ardiendo!
Hortensia imagina aquel cuerpo suyo de muchaca, metido en la bañera rodeada de espejos muliplicando la virilidad del tigre, deslumbrador en su potencia impaciencia...
De pronto nota la tensión del silencio. ¿En qué tropieza el torrente de las memorias? ¿Qué roca han de saltar aún esas aguas represadas para liberarse del todo? La voz, al reanudar su marcha, se ha hecho lenta y grave:
-Curé y se acabó Rímini. Me volvieron a mandar a la montaña... A ella le cogieron los alemanes en la ciudad. Parece que la enviaron a Croacia y allí la entregaron a los
ustachis... No se volvió a saber más.
Ahora Hortenisa se niega a imaginarla entre los verdugos. Prefiere la pianista con metralleta: el matorral ardiendo, como él ha dicho...
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La sonrisa etrusca de JOSÉ LUIS SAMPEDRO
Pàg. 286-288